sábado, 7 de enero de 2012

La guerra dentro, fuera y para siempre

Las nuevas (y viejas) políticas contra las drogas de EEUU

NarcoAmérica
Julio / 2011
publicado en Yerba

El pasado mes de junio se cumplieron 40 años del inicio de la guerra contra el narcotráfico promulgada desde los Estados Unidos de Norteamérica. El 17 de junio de 1971 el presidente estadounidense, Richard Nixon, declaró en la Casa Blanca que el abuso de drogas era el “enemigo público número uno” de Estados Unidos y desde entonces las políticas de intervención y ataque a las fuentes de producción, distribución y consumo de drogas tanto fuera como dentro del país se multiplicaron. Con un primer presupuesto de 100 millones de dólares se inició hace 40 años la llamada guerra contra las drogas. Hoy día, con más de  40 mil millones de presupuesto, según datos de 2010,  y con una política de intervención que ha permitido a EEUU realizar acciones en cientos de países  en todo el mundo, ni uno sólo de los objetivos planteados por Nixon en 1971 han sido alcanzados. Incompetencia, intereses, cambios estratégicos, evolución de los grupos delictivos... gran cantidad de variables parecen justificarlo pero nada hace cambiar el nulo avance de los gobiernos contrastado con el desarrollo y poder de las nuevas mafias del narcotráfico.

Lejos de la auto-crítica, y en el comienzo de este año, los distintos organismos legislativos estadounidenses han advertido de la necesidad de extender la lucha contra las drogas a otras regiones del continente. Desde la década de los 80 se desarrollaron diferentes planes en países como Colombia y México. Planes que continúan  hoy día y que han llevado a una situación donde los grupos delictivos han alcanzado tanto poder que han permeado dentro de las propias estructuras democráticas haciendo imposible diferenciar a unos de otros. Frente a esto son muchas las voces que dentro y fuera de EEUU se alzan contra las políticas de persecución y castigo y que impulsan un nuevo debate hacia otras soluciones. El debate interno sigue en juego mientras la maquinaria político militar de la primera potencia mundial sigue dando pasos sobre nuevos territorios con una excusa, la guerra del narcotráfico, que no ha traído ni un sólo beneficio directo ni al pueblo estadounidense ni a los países que han aceptado su plan contra las drogas.

Centroamérica, persiguiendo a las mafias
El Senado de los Estados Unidos de América advertía hace unos meses de la extrema vulnerabilidad de la frontera sur de México con Guatemala. El senador de más alto rango en el Caucus Internacional de Narcóticos de la cámara alta norteamericana, Charles Grassley, alertaba: “La frontera Sur de México tiene sólo ocho retenes de revisión con una presencia débil o inexistente del gobierno para detener a los narcotraficantes que se mueven libremente en fronteras nacionales de Centroamérica a México, sin que nadie parezca preocupado por detenerlos". Grassley, del partido republicano, junto con Thomas Harrigan, jefe de Operaciones de la DEA (oficina contra el narcotráfico estadounidense) comentaron en su intervención que las elevadas tasas de criminalidad, pobreza y corrupción en la región centroamericana no se resolverían más que con equipo, recursos y entrenamiento adecuados que permitan a los “débiles” gobiernos de la región afrontar al crimen organizado. El propio Harrigan cofirmaba la creciente presencia de cárteles mexicanos, especialmente el de Sinaloa y Los Zetas, que se están enriqueciendo ya no sólo con el tráfico de drogas sino también con el de armas y personas. La audiencia propiciada por el senado acabó dando a conocer un reporte que analizaba las organizaciones criminales vinculadas al narcotráfico y en el que recomendaba de manera principal un punto: el bloqueo de los recursos ilícitos de las organizaciones del narcotráfico, estimados entre 18 mil y 39 mil millones de dólares anuales, mediante mayores esfuerzos oficiales y del sector privado. Unos recursos que llevan a que estas organizaciones estén en muchos casos mejor armadas que el propio ejército que las enfrenta y que algunos de sus cabecillas, como el Chapo Guzmán del cártel de Sinaloa, lleven varios años dentro de las cincuenta personas más ricas del mundo según la revista Forbes.

Fast and Furious
A finales de 2010 dos personas fueron emboscadas mientras conducían una camioneta con lunas tintadas en el estado de Tamaulipas al norte de México. Nada fuera de lo común en un país que suma casi cuarenta mil muertos en los últimos cuatro años a causa de la “guerra contra el narcotráfico”, con enfrentamientos diarios entre los diferentes cárteles, ejército y cuerpos de policía. Este caso fue distinto, los emboscados, totalmente fuera de lo común y legal, eran agentes encubiertos de la DEA. En ese momento salió a la luz una operación estadounidense en suelo mexicano que no contaba con la aprobación de ninguno de los gobiernos implicados y que a su vez no estaba resultando tal y como se había planeado. La operación “rápido y furioso”  tomaba el nombre de la famosa secuela de películas de coches de alta velocidad, y con ella la Oficina de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos (ATF, por sus siglas en inglés) pretendía dar el golpe definitivo a las redes de tráfico de armas de EEUU a México. La ATF y su director, Kenneth Melson, autorizaron a traficantes de armas de Arizona la compra múltiple de armamento militar de última generación en suelo estadounidense con el fin de rastrear ese arsenal y desmantelar las redes de tráfico ilegal de armas en México. Un plan que rápidamente se salió de control y ha permitido que unas 2 mil 500 armas de alto poder, según datos de la propia ATF, hayan desaparecido y presumíblemente se encuentren en manos de los cárteles mexicanos sin ninguna evidencia de cómo llegaron hasta allí. Poniendo de manifiesto la negligencia de las instituciones encargadas de la lucha contra el crimen organizado además de la porosidad de las fronteras y el alto grado de permeabilidad del crimen en los cargos públicos de uno y otro lado del río Bravo. El pasado mes de junio, el Senado estadounidense hizo públicas las conclusiones del grupo de senadores encargados de la investigación del caso, comenzaba así: “Este reporte confirma lo que la mayoría de nosotros ya sabíamos, que por encima de las medidas que tomemos para fortalecer la frontera sur (de EEUU), sigue siendo muy fácil para los narcotraficantes mexicanos el conseguir armas de alto poder y de un grado militar”. De las 29 mil armas incautadas en México en actos criminales, más de 20 mil, el 70 por ciento, provienen de los Estados Unidos de América.

La tragedia mexicana
Tras el escándalo originado por la operación fallida legisladores de todas las fuerzas políticas y activistas sociales mexicanos demandaron al presidente de la nación azteca Felipe Calderón que se posicionara frente al reciente informe de la cámara alta del país vecino donde se involucraba directamente a tres altos mandos de los EEUU en el envío ilegal de armas de alto poder a México. La respuesta del presidente que impulsó la actual guerra contra el crimen organizado hace ahora cinco años hacia su principal socio en esta aventura ha sido nula. Cinco años de guerra y miles de millones invertidos en la lucha no han conseguido avances significativos en la reducción de poder de las mafias y sí 40 mil víctimas mortales. Eduardo Buscaglia, asesor de la Organización de Naciones Unidas (ONU), catedrático de las universidades de Berkeley y Columbia, en una visita a la Casa de América de Madrid a mediados de junio de este año resumía la situación mexicana de esta manera: “La delincuencia organizada mexicana es de Estado. No se puede comprender este fenómeno sin entender al sistema político mexicano y su evolución desde el partido único que prevaleció 70 años, hacia lo que es hoy, un Estado fragmentado y semicapturado por grupos criminales diversos. Hoy el Estado mexicano es un rompecabezas donde cada fragmento le responde y le pertenece a un grupo criminal diferente”. Con más de 20 años investigando el fenómeno del crimen organizado y un reciente trabajo realizado en México al respecto a petición de la ONU, para Buscaglia hay un responsable más que claro, el secretario de Seguridad Pública, Genaro García Luna, responsable de las políticas de seguridad pública en los últimos diez años, el catedrático comenta al respecto:  “A mí me gustaría que le preguntaran al presidente Felipe Calderón qué es lo que explica que el arquitecto del fracaso y de la tragedia mexicana esté ahí. En cualquier otro país, con un sistema de derecho medianamente refinado, García Luna ya hubiese renunciado hace mucho tiempo y hubiese sido investigado por el Congreso y por el Poder Judicial por negligencia y algún tipo de comportamiento antisocial.” Una impunidad que se extiende a todos los crímenes cometidos en estos cinco años vinculados a la lucha contra el narcotráfico.

El fracaso dentro de EEUU
Según cálculos oficiales, entre 20 y 25 millones de estadunidenses usarán alguna droga ilícita este año –unos 10 millones más que en 1970. Según cifras oficiales, cada día casi 8 mil estadunidenses consumen una droga de manera ilegal por primera vez y así se suman a los más de 20 millones de usuarios de drogas ilícitas. Según un reportaje especial publicado por Associated Press el año pasado, EEUU ha dedicado en las últimas 4 décadas 49 mil millones de dólares a esfuerzos de seguridad antidrogas en las fronteras; 121 millones de dólares para arrestar a casi 40 millones de personas por delitos de drogas no violentos, casi un terciode esta cantidad por posesión de marihuana y otros 450 mil millones para encarcelar a estos en prisiones federales. 40 años de políticas de persecución y castigo que han convertido a los Estados Unidos de América en el país con más encarcelados del mundo, unos 2,3 millones de personas, el 25 por ciento de los priosioneros del planeta y de los cuales más de 500 mil por delitos relacionados con la droga. Un incremento del mil 200 por cien con respecto a la década de los 80 donde había 41 mil prisioneros relacionados con los estupefacientes. Una lluvia de datos que al actual presidente, Barack Obama, no le pasan inadvertidos pero a los que todavía no ha enfrentado con una nueva política frente a las drogas dentro del país más consumidor del mundo. Como colofón a tanto despropósito los datos de los últimos años han llevado al gobierno a actual a catalogar como epidemia el abuso de fármacos recetados legalmente por doctores. Según el propio gobierno hay más muertes asociadas al abuso de narcóticos y opiáceos legales que a los que perecen por sobredosis de cocaína y heroína juntos. Tanta inversión, tantos años y unos resultados tan desfavorables.

La teoría conspiratoria
Con motivo del 25 aniversario del periódico mexicano La Jornada, el intelectual disidente más destacado de Estados Unidos, Noam Chomsky ofreció su punto de vista sobre la “guerra contra las drogas”. Una guerra que según el profesor del Instituto Tecnológico de Masachusetts (MIT por sus siglas en inglés) siempre ha tenido otros objetivos distintos a los oficialmente pronunciados: “La guerra contra la droga, que desgarra a varios países de América Latina, entre los que se encuentra México, tiene viejos antecedentes. Revitalizada por Nixon, fue un esfuerzo por superar los efectos de la guerra de Vietnam en Estados Unidos.” Según el autor de El nuevo orden mundial (y el viejo) fue un intento de la época por revertir el movimiento antibélico y demócrata que surgió entre los jóvenes estadounidenses durante la guerra de Vietnam. “Los estudios llevados a cabo por el gobierno estadounidense, y otras investigaciones, han mostrado que la forma más efectiva y menos costosa de controlar el uso de drogas es la prevención, el tratamiento y la educación. Han mostrado además que los métodos más costosos y menos eficaces son las operaciones fuera del propio país, tales como las fumigaciones y la persecución violenta. El hecho de que se privilegien constantemente los métodos menos eficaces y más costosos sobre los mejores es suficiente para mostrarnos que los objetivos de la ‘guerra contra las drogas’ no son los que se anuncian.” Para Chomsky el interés real de los diferentes ejecutivos que han gobernado los Estados Unidos que han mantenido durante 40 años una serie de políticas contradictorias y duras frente al consumo de droga han sido la expansión y control de nuevos territorios al servicio de Estados Unidos y el control social a nivel interno del país. Teorías conspiratorias al margen,  a pesar de la ciencia y de la evidencia empírica en torno a la guerra contra las drogas, 40 años después, el paradigma inicial de definir el problema en términos bélicos persiste hoy día. De hecho, ya es una de las guerras más caras, más destructivas y más largas en la historia de los Estados Unidos y del mundo. Promete ser eterna si no hay un cambio de paradigma sobre la manera en la que esta sociedad aborda este problema.

Nuevas voces contra la barbarie
Con motivo del 40 aniversario de la declaración de la guerra contra las drogas, el ex presidente estadounidense y premio Nobel de la Paz, Jimmy Carter, quiso expresar su total desacuerdo con las políticas de persecución y castigo al consumo de drogas. El ex presidente declaró que la guerra contra las drogas es un completo fracaso y llamó a emprender un cambio de paradigma a nivel mundial que incluya medias de despenalización al consumo y al cultivo, experimentación con modelos de regulación legal, fin al encarcelamiento masivo de acusados por delitos de drogas no violentos y mayor atención al tratamiento de adictos. Junto a él el ex jefe de la Reserva Federal norteamericana, Paul Volcker y el secretario de Estado (Ministro de Interior) de Ronald Reagan, George Shultz realizaron un pronunciamiento conjunto que empezaba de la siguiente manera: “Por 40 años la manera de abordar (el asunto del control de drogas) de nuestra nación fue criminalizar el proceso de producir, transportar, vender y usar drogas, salvo tabaco y alcohol. A nuestro juicio, esta manera de abordarlo no ha funcionado, de igual manera que fracasó nuestro experimento nacional con la prohibición del alcohol.” Además ambas personalidades criticaron el alto costo económico de esta guerra interminable y la terrible situación de México, que en cinco años de guerra abierta sus bajas son comparables a las estadounidenses durante la guerra de Vietnam y de Corea. El comunicado termina con un fragmento de un artículo publicado hace 20 años por el controvertido economista Milton Friedman: “La ilegalidad crea ganancias obscenas que  financian las tácticas asesinas de los capos del narco; la ilegalidad lleva a la corrupción de oficiales de seguridad pública”. Shultz y Volcker no apoyan directamente la legalización de toda droga pero defienden la necesidad de un debate “abierto y honesto” sobre el tema. También con motivo del 40 aniversario del comienzo de la guerra contra las drogas una agrupación nacional de policías, jueces, fiscales y agentes federales, junto con algunos ex jefes de policía, que han participado en esta guerra, entregaron un informe en la Casa Blanca denunciando la continuación de la guerra contra las drogas y exigiendo que el prohibicionismo fuera abandonado tras su claro fracaso. Nuevas voces clamando lo que para muchos ya es un hecho: la necesidad de la despenalización.

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